28 enero 2011

LA CIUDAD Y EL CAOS

por: Oswaldo Osorio
La ciudad siempre será más fotogénica que el campo, más cinematográfica. Tal vez por todos esos siglos que la pintura se la pasó recreando la naturaleza, mientras que el cinematógrafo nació de la ciudad y el progreso, de la máquina y el movimiento, tal vez por eso el cine sea el medio ideal para dar cuenta de la ciudad, de su métrica imponente, de su respiración vertiginosa y la forma en que condiciona la conducta del ser humano, para bien y para mal.
El cine, por su carácter de arte total, por su capacidad de recrear con gran realismo y verosimilitud cualquier lugar imaginable, es también el medio ideal para hacer posible las utopías. Esto quiere decir que el cine puede crear la ciudad utópica, la ciudad ideal, donde reine el orden, el equilibrio social y la belleza, que son las características con las que Tomás Moro definió “utopía” cuando inventó el término. Una ciudad así no es posible en el mundo real, porque la ciudad nunca está terminada, pues la tensión entre lo viejo y lo nuevo, entre preservar y destruir, entre el centro y la periferia, y tantas cosas más, no lo permite.
Por eso, el único lugar posible para esa ciudad utópica es el cine. Sin embargo, esa posibilidad también es momentánea, porque si bien el cine ha creado estos lugares en numerosas películas, ninguna ha terminado sin que la utopía sea desenmascarada, ya por la existencia de una ciudad caótica bajo la perfecta (Metropolis, Demolition man), ya porque solo existe en la realidad virtual de la televisión o la red (The Truman show, Matrix) o porque detrás de la ciudad perfecta hay una sociedad imperfecta o tiranizada (El joven manos de tijera, Aeon Flux).
Entonces la ciudad que se impone en el cine es la distópica. Sobre todo porque es más atractiva dramática y visualmente, pero también porque permite, a partir de la proyección en el futuro o de la alegoría fantástica, reflexionar sobre las ciudades existentes y sobre nuestro tiempo. De manera que la distopía siempre es pesimista. Parece que, como van las cosas y de acuerdo con lo que se sabe de la naturaleza humana, nadie se atreve a plantear algo distinto al malfuncionamiento, al sometimiento de las personas por gobiernos tiránicos o a pensar en sociedades caóticas donde impera el crimen y la ley de la supervivencia.

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